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Mi profesión me obliga a moverme por el hospital durante mi jornada laboral. Y en estas idas y venidas suelo tener los ojos bien abiertos y los oídos atentos, ya que el hospital es un terreno repleto de gente y de movimiento y frecuentemente me siento en él como si estuviera en un observatorio.
Sí, así es: en el hospital se observa siempre un movimiento incesante, sobre todo por la mañana. Gente yendo y viniendo continuamente. Ahí podemos ver todo tipo de personas: el enfermo que va en una silla de ruedas ayudado por una mujer anciana, una familia llorando, personas esperando la apertura de la Unidad de Cuidados Paliativos, el enfermo que viaja metido en su cama para hacerse pruebas, una mujer embarazada, el niño que va de la mano de su padre, un inmigrante y gente que viste de distintos colores: blanco, rosa, gris, azul, verde...
Diferentes tipos de gente, diferentes tipos de uniformes y diferentes tipos de necesidades, porque la gente que acude al hospital presenta necesidades relacionadas con la salud, algunos leves y otros graves. En efecto, puedes ir al hospital a una consulta médica para volver después a casa o, por el contrario, puede que te ingresen mientras analizan y diagnostican tu problema de salud.
Y se me ocurre que el hospital es como un microcosmos compuesto de diferentes piezas, un mundo especial que contiene procesos relacionados con la vida y la muerte, que a veces se convierte en residencia ocasional y que, en cualquier caso, es el espejo de la sociedad en la que vivimos. Y también es el indicador del modo de vida que hemos alcanzado en nuestra sociedad avanzada.
Foto: digital cat.
En ese microcosmos, y entre los hospitalizados, se observa, sobre todo, gente anciana. Esa es la realidad que tenemos entre nosotros: en el hospital hay mucha gente anciana, reflejo de nuestra sociedad envejecida. Eso me hace pensar en primer lugar en un dato demográfico que he leído recientemente: “En Europa, dentro de siete años, habrá más fallecimientos que nacimientos”1. A la vista de este dato, me asalta un segundo pensamiento: Ante esa realidad, ¿qué estamos haciendo nosotros, la sociedad, los poderes públicos y los profesionales? ¿Estamos preparados para enfrentarnos a esa situación?
En efecto, más de una vez he tenido la sensación de que la continuidad del sistema de salud está en manos de la población anciana o, dicho de otra forma, que ellos son los responsables de la continuidad del sistema de salud... Y con frecuencia oigo cosas como que el gasto que generan estas personas es inasumible, incluyendo el costo de las medicinas y los gastos de hospitalización, que el gasto generado por la dependencia es inviable, etc. Y no me parece justo en absoluto.
No obstante, en la medida en que vivimos en una sociedad avanzada, tenemos una capacidad de planificación que deberíamos utilizar en todos los aspectos, incluido el sistema de salud, es decir, trabajar de cara a la realidad que tenemos en la actualidad y al futuro que se nos presenta, con valentía y proponiendo nuevas alternativas contra la inercia. Para eso no tenemos más que mirar a la realidad y, si esa mirada no fuera suficiente, disponemos también de otros instrumentos de trabajo más objetivos; eso es lo que tiene la sociedad de la información, que tenemos información de sobra o al menos, estamos en situación de conseguirla. Entre esas informaciones se encuentran estadísticas de estancias en el hospital, grupos de enfermedades, grupos de edad y otras. Por otra parte, no estamos con las manos vacías, ya que sabemos cuáles son los males que afectan a la población tanto a nivel mundial como entre nosotros, qué tendencias van a aparecer y, gracias a los avances tecnológicos, sabemos también que muchísimas enfermedades se van a cronificar.
En relación con eso, me gustaría remarcar otro dato: el 17% de la población actual tiene más de 65 años. Muchos de ellos presentan más de una patología y toman de media más de tres medicinas al día. Medio millón de personas mayores de esa edad se encuentran institucionalizados en centros para la tercera edad2 y ellos padecen en mayor medida la incidencia de patologías y complicaciones. Este es un dato muy significativo y, en mi opinión, muy a tener en cuenta, ya que en épocas de epidemia, esta población sufre un incremento de patologías y necesitan más cuidados, por lo que, como consecuencia de esas complicaciones, suelen ser derivadas al hospital.
En consecuencia, sabemos lo necesario para poder proporcionar una asistencia correcta y para poner en marcha los medios adecuados, y podemos utilizar ese conocimiento, por ejemplo, para evitar colapsos en Urgencias. Sería suficiente poner los medios para derivar a los pacientes y evitar así las hospitalizaciones innecesarias.
Por lo tanto, podemos afirmar que disponemos de datos suficientes para tomar la temperatura a la situación actual, que conocemos las tendencias y los rumbos y que nos percatamos de la necesidad de una buenas gestión, sobre todo si tenemos en cuenta que para conseguir los mejores resultados hemos de gestionar e integrar de una manera “holística” los medios de los que dispone actualmente la sociedad. Y para eso es indispensable un impulso a la coordinación entre los distintos niveles asistenciales del sistema de salud y del sistema de bienestar, sobre todo cuando hablamos de la gestión de las necesidades de la tercera edad.
Al hilo de lo anterior, teniendo en cuenta el mapa de los recursos y cómo está organizada la sociedad del bienestar, algunos de estos recursos se encuentran desarrollados en el sistema de salud, existiendo distintos niveles asistenciales, a saber, los siguientes: Atención Primaria, Atención Especializada y Hospitales de agudos y de estancias intermedias.
Por otro lado, tenemos también el sistema formado por los servicios sociales provistos de distintos recursos, y ahí también disponemos de distintos datos para conocer qué población atiende ese sistema y qué necesidades tiene. Concretamente, una parte de esa población se encuentra ingresada en residencias de ancianos.
Asimismo, en estos últimos años se está hablando bastante sobre el recurso socio-sanitario, que podría funcionar a manera de puente como potencial punto de unión entre ambos sistemas. Es de ahí de donde deberíamos partir.
Para eso, en el terreno de la tercera edad, en primer lugar deberíamos definir los perfiles, para saber dónde deberíamos situarlos a nivel asistencial. Por ejemplo:
Foto: Javiercit0.
Perfil de los ancianos que viven en casa: Son, en general, los que tienen un buen nivel de autonomía, suficiente para vivir solos, o aquellos que necesitan ayuda pero sus necesidades pueden ser perfectamente atendidas en casa (familia, ayuda externa).
Finalidad: Mantener el nivel de autonomía de estas personas el máximo tiempo posible y en sus domicilios. Controlar los factores de riesgo, tanto los relacionados con la salud como los sociales.
Coordinación: Atención Primaria de Salud y Unidades Básicas de Servicios Sociales.
Perfil de los ancianos que viven en residencia: Son los que presentan diferentes grados de dependencia (física, deterioro cognitivo), los que necesitan cuidados especiales y los que, por diferentes circunstancias, no pueden vivir solos en casa.
Finalidad: Cuando no presenten graves problemas de salud, utilizar los recursos para realizar el cuidado en las residencias. Crear zonas especiales en las residencias para los que necesiten de atención sanitaria especial, tanto después de una hospitalización como para evitar la hospitalización.
Coordinación: Estarían implicados residencias, recursos socio-sanitarios y hospital, derivando el caso a un lugar o a otro en función de las necesidades.
La sociedad reclama una gestión eficaz en este tema. Para esto es necesario crear una cultura de la colaboración que implique a todos los niveles y campos. Ya sabemos que este tipo de cambios no se realizan de un día para otro, pero aún así deberíamos considerar la cultura de la coordinación como punto de partida y meta para la creación de una adecuada red de servicio.
Por lo tanto, se trata de promover acuerdos entre las distintas administraciones para implementar planes, programas y protocolos de actuación, impulsando la colaboración entre personas y trabajando, sobre todo, en el campo de la prevención, empezando por la Atención Primaria y las Unidades Básicas de Servicios Sociales y estableciendo unas bases sólidas para poder mantener el actual sistema de bienestar.
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